Año prolífico el '85 para estos presdigitadores del pop embrujado. En plena resaca del sublime “Treasure” (1984) se aventuraron a la publicación de tres eps magistrales en el mismo año. Me podría haber decantado, tranquilamente, por el magnífico “Tiny dynamine”, “Echoes in a shallow Bay” ya es algo inferior, pero es que en esta oda a la belleza está “Aikea-Guinea”, uno de los mejores temas de los escoceses más ensoñadores de este mundillo. Aparte de este momento álgido, lo que viene después más que desmerecer, engalana el conjunto total de un disco, en el que la voz etérea de la grandiosa Elizabeth Frasier se encuentra en su salsa, tirando de registro en el estribillo hipnótico de “Quisquose” o dando lo mejor de sí mismo, en la exhibición de gorgoritos e intensidad con la que se deleita en esa caricia eléctrica que es “Kookaburra”. Para el final pasan a primer plano los harmónicos afilados del mago de la orfebrería de la guitarra Robin Guthrie en la tensión instrumental de “Rococo”. Demasiadas razones como para obviar un momento de brillantes cegadora, ese que empieza en “Head over heels”(1983) y termina con estas tres pequeñas joyas de luz incandescente, luego volverán a recuperar el brillo con el magnífico “Heaven or Las Vegas” (1990) pero ya será algo pasajero. Barroquismo de gala para construir la catedral más alta que haya dado, jamás, el dream-pop.
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