Llave maestra para
abrir el cofre de los infiernos de los Swans, no esta de más
revisitar esta oda al vértigo, ahora que acaba de salir a la calle
el definitivo doble Lp “The Seer”, más cuando ya ha pasado un
cuarto de siglo desde su publicación dentro de la magnífica cosecha
del ’87: Año en el que debutaban los Pixies con “Come on
Pilgrim”, Sonic Youth parían el “Sister” y Hüsker Dü
anunciaban su canto del cisne con “Warehouse: Songs and stories”,
Swans quedaban, otra vez, relegados a las sombras de lo desconocido,
justo cuando se intentaban abrir a un público mayor con su disco más
exportable entre las parroquias indies.
Para capturar la
esencia de esta obra capital del lado oscuro, no se me ocurre mejor
manera que basarme en tres bloques de explicación que den sentido
tanto a las motivaciones de su creación, como al efecto que provoca
sobre el acomplejado oyente ante la que se le viene encima.
El Planteamiento:
Si señor, este
monstruo que os recomiendo de corazón es un disco dedicado a Dios y
su famoso hijo. Eso sí, sin sustos porque la mirada que Michael Gira
nos muestra es la de un Dios vengativo, cruel y egocéntrico. Para
dar forma a esta brutal recreación de los sinsentido impuestos por
el Cristianismo, Gira nos ofrece, en toda su plenitud, un atormentado
muestrario de sexo, depravación, irreverencia y obsesión que, en
realidad, no difiere del sadismo que rezuma su obra maestra, el
gran “Cop”(1983), salvo por el estelar añadido
de tono preciosista y belleza turbadora que supura casi todo el
cancionero del que nos ocupamos.
El Estilo:
Aquí las claves
vienen determinadas por el ritmo elegíaco de las bases rítmicas;
esos teclados medievales; la guitarra del demoledor Norman Westberg,
que transforma el sentido del “Metal” en una tortura lenta y
lacerante; la voz sobrenatural de Gira, como oficiador de la
ceremonia, y la de Jarboe como su reverso misterioso, quien llega a
unos niveles tan subyugantes que la hacen parecer
una Nico semi-gótica. Pero, por encima de todo, ahí
está esa manera tan inteligente de repetir las estructuras rítmicas,
penetrando como un martillo pilón en el subconsciente, recurso del
que se han sido siempre grupo de referencia, junto a The Fall,
hasta el punto de haberlo convertido en su seña de identidad más
característica.
Las canciones:
Durante los 71 minutos
que dura este sobrecogedor exorcismo, los cisnes más hermosos y
dañinos de nuestro ecosistema nos regalan brutalidades enraizadas en
discos anteriores, como la brutal “Beautiful child” o el
single “New mind”. También hay gospel alucinado
en “Our love lies”, y una Jarboe que nos regala nanas
envenenadas de la categoría de “In my garden”.
En resumen, trece
latigazos llenos de intención no aptos para el que no sepa disfrutar
de las experiencias extremas, y sí esté dispuesto a gozar de los
placeres que da lo prohibido. Dos rombos, que se suele poner en estos
casos.
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