Patrón de los increíbles Diabologum en los ’90 y de los no menos imprescindibles, Experience en la década posterior - sin olvidar proyectos tan estimulantes como Peter Parker Experience, Panti Will o Binaury audio misfits -. Michel Cloup siempre ha estado dándole diferentes formas al rock más visceral e inflamable que se haya hecho en Europa estos últimos veinte años: A partir del noise heredado de sus admirados Sonic Youth; desde las bases del hip-hop de guerrilla practicado por Public Enemy o desde puntos tan antagónicos como la chanson francesa y el electro. Esta vez vuelve solo, sin alias, y con la única ayuda del batería de Experience, en un disco más calmado de lo habitual y en el que la cocción de las canciones están siempre en su punto exacto para transmitir toda la fuerza de su discurso, siempre al tuétano, con mayor o menor sutileza - tener las letras traducidas de las canciones se me antoja indispensable para captar toda la grandeza de uno de los mejores y más combativos letristas del viejo continente -. Desde la base del slowcore en cueros de “Le Cercle Parfait”, “Notre Silence” y “Plusieurs fois cet apre-midi” van cayendo momentos insuperables de belleza sosegada, con sus puntuales mordiscos de crispación, siempre bajo control. Con canciones que en algunos casos superan los diez minutos, como la titular del disco o el rock rocoso de “L’enfant” nos acabamos encontrando con disco de apenas seis canciones - más dos mínimas intro vocales- que se van hasta los tres cuartos de hora de duración sin que se haga largo en ningún momento, lo cual, contando con la linealidad del trayecto por el que nos lleva Cloup, tiene más mérito todavía. Trayecto que queda perfectamente delineado con esas dos piezas restantes de valor infinito: La tensión con correa de “Cette Colere” y el ritmo huesudo, tan sencillo como embriagador, de “Un Film Americain”. Porque aquí no hay erupciones de ruido volcánico, salvo en un par de ocasiones, de esas que le han hecho famoso como cabeza visible del verdadero rock hecho desde las entrañas, y que junto a otros amantes del verdadero vértigo como Thalía Zedek - con Come, Live Skull o en solitario - siempre han conseguido llevar al límite de la frontera de la emoción su grito primigenio, atronador y arrebatado. Grande no, gigante.
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