Salvajada
de las gordas. Hay una contundencia en la música de Big Black y
compañía que hoy en día solo encuentro en grupos como Lisabo,
Swans o Shellac, y este último porque está también Steve Albini al
frente. Varios factores dan lugar a este razonamiento: La amenazante
manera de cantar de un Albini, que por su forma tan natural de
recitar o envenenar las palabras, es como si lo hiciera desde las
entrañas de un animal malherido, llegando a dejar al oyente
sobrecogido por el terror exhalado desde sus gritos enfermos de
rabia - “My
Disco”
-;
esa pulsión rítmica de funk deshumanizado que guía“Grinder”y
“Ready man”,
muy
en la línea de temas como “Bad
Penny” o “L Dopa”,
pertenecientes al mítico
“Songs about Fucking” (1987),
y esos frenazos a degüello que sirven como lanzadera a escupitajos
más profundos -“Pete,
King of The Detectives” -.
Bajo
esta premisa musical, surgió una nueva manera de llevar el hardcore
a terrenos anteriormente vírgenes, donde el prefijo “post”
quedaría fijado al término “hardcore” de manera irremisible.
Desde esta nueva canalización estilística, la suplantación de la
batería por una caja de ritmos con función de apisonadora - la
Roland TR-606 - ayudaría bastante para dotar a Big Black de uno de
sus rasgos más característicos, impersonalizando de forma
aplastante sus canciones y dotándolas de una axfisiante frialdad
industrial. Cortante como un cuchillo japonés de teletienda, las
afiladas detonaciones de Big Black se clavan con vehemencia brutal,
llegando, casi siempre, a ponerte en un estado de desahogo
existencial ante tamaña demostración de poder intimidatorio.
Estos
once minutos de dolorosa agresividad podrían estar en su obra
maestra, publicada el mismo año, sin desentonar un pelo, y no hay
mayor piropo que se le pueda soltar a esta mina anti-persona colocada
en el salón de tu casa. Mejor escucharlo, escondido tras el sofá.
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