Disco clave en la evolución del sonido de la banda, gracias a que Dave Conway deja de intentar imitar a Nick Cave y se pone a cantar de manera más melódica, hecho que se agradece sobremanera, y permite correr un tupido velo sobre la primera, y anecdótica, etapa de los de Kevin Shields. Pero lo más importante en este cambio sustancial, es lo que hace que nos encontremos con unos de los momentos clave de la historia de la música popular: Cuando los irlandeses, al igual que hicieron The Jesus & Mary Chain con el inmortal “Psychocandy” (1985), hicieron chocar su muro de tormentas eléctricas con la inmediatez del pop. Algo tan sencillo como definitivo. Y eso es lo que nos ofrecen aquí, diez minutos de erupciones volcánicas de pop abrasivo, que arañan el sistema nervioso, y te dejan con un subidón de narices. Con esta maravilla se abriría el filón de obras maestras en la trayectoria de los irlandeses. Porque todo lo que hicieron desde este momento hasta su epitafio discográfico, esa supernova de ruido inteligente llamada “Tremolo” (1992), es la progresión musical más excitante, providencial y visionaria, que un servidor recuerda, en estos últimos treinta años.
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