Misa
negra. Esas son las dos palabras que me vienen a la mente para
definir este descarnado striptease emocional. Aquí hay rabia y
dolor. Mucho dolor es lo que transmite por cada uno de sus poros este
góspel maquiavélico, en el que el ritmo arrastrado y lentísimo,
claro precedente del slowcore, deja espacio para que las seis cuerdas
de Norman Westberg pegue sus latigazos de blues endemoniado y
construyan el marco perfecto a una ceremonia de depravación, crimen,
y odio guiada por la voz de ultratumba de un Gira que alcanza niveles
de emotividad acongojantes.
Hecho
justo después de esa experiencia extrema llamada “Cop”
(1983),
“Young
God”
suena como una versión de éste, en la que el ataque ya no es a
puñetazo limpio, si no que viene por vía intravenosa, entrando más
lentamente y con un poder de perversión más salvaje, si cabe, y
poético.
En
este devastador disco los Swans vendrían a certificar el final de
una primera etapa, en la que el exceso y la quebrantación, de
cualquier tipo de código de ética o moral, conforman las
directrices su irreverente libro de estilo, teñido de violencia
sonora de difícil asimilación. Obra maestra compuesta de cuatro
razones de peso para escucharla en la oscuridad, “Young
God”
es un festín embriagador de éxtasis malsano, de los que es mejor
llevar en secreto.
Tras
estos salvajes comienzos Gira no ha parado de mutar su música
desgarradora a lo largo de tres provechosas décadas: Ya sea con los
más acústicos The Angels Of Light; de forma espartana en solitario;
aportando su visión a la electrónica en The Body Lovers, o mediante
las diferentes versiones de Swans, Gira sigue forjando una
trayectoria terriblemente ignorada y a todas luces necesaria para el
que aún crea que la música puede ser una experiencia única, para
todos los sentidos.
También
capo fundador del genial sello “Young God records” a Gira la
palabra “descanso” la debieron borrar de su vocabulario.

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