Pop minimalista, en el que el esqueleto de las canciones se queda en una acústica, tan sencilla como reconfortante, la voz infantil y melancólica de Saya y puntuales teclados de juguete que dotan de una sensación constante de fragilidad extrema, que en algunos caso provocará vergüenza ajena, pero para los que no tengan corazas en el corazón les llevará a un estado de placer parecido, pero de menor intensidad, al que da el “Her “Handwriting” (1996) de los Trembling Blue Stars. De esta manera, tan simple a primera vista, transcurre más de una hora de placidez embriagadora, (que con un cuarto de hora menos, hubiese mantenido mejor la llama), en la que puedes llegar a tener la sensación de estar escuchando siempre la misma tonadilla, pero que a la tercera escucha ya puedes empezar a distinguir piezas de oro fino como “Sappolondon”, “Sabaku”, “Oide no Umi” o “Tamashi”. Pues nada, pequeño tesoro por parte de un dúo especializado en retratar estampas de buhardilla, con la facilidad del que sabe, que la música no solo son sensaciones si no, también, un compañero de viaje.
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