Complicado quitarse el San Benito de haber sido el máximo partícipe en la creación de algunos de los mejores discos de la historia, “Surfer Rosa” (1988) y “Doolittle” (1989), e intentar empezar una carrera en solitario, bajo códigos de estilo casi similares. En un cambio de tercio, la mar de inteligente, nuestro duendecillo favorito se montaría una banda, The Catholics, a su medida, contagiándose de country, rock de carretera y aires fronterizos para dar lustre a una vuelta a la inspiración, perdida catastroficamente en el horrendo “The Cult Of Ray” (1996). Sirviéndose magistralmente de sus nuevos compañeros, coloca un piano el corazón de las canciones y armando un cuerpo, a su alrededor, de acústicas, steel guitars y eléctricas, unas veces rabiosas y otras supermelódicas. Con este armazón, van cayendo joyas que hacen que uno vuelva a confiar en el otrora rey midas del indie-rock. Una corona repleta de brillo: “Robert Onion” es de lo mejor que ha hecho nunca, un trallazo de intensidad escalonada tan vivificante que lo volvía a subir de liga, al lado de Kaplan, J. Mascis y compañía; recuerdos a los Rolling Stones de los ’70, los mejores, en las más que gratificantes “The Swimmer” y “I’ve Seen Your picture”, donde la voz de Francis se llega a confundir con la de Jagger; El rock epidérmico de “Hermaphroditos”; Aires de country-rock, que recuerdan lejanamente al “Come On Pilgrim” (1987); momentos de aguas tranquilas y resplandecientes “Dog In The Sand” y la pasión estremecedora de la genial “I’ll Be Blue”. Si aún hay gente que después de escuchar esta pequeña obra maestra no le ha dado, o le da, una segunda oportunidad a nuestro héroe, es que no tiene sangre en las venas. Vale, estos no son los Pixies, pero este discazo lo hace cualquier desconocido y lo etiquetan como “la última maravilla del rock & roots que, escarvando en el legado de los Pixies le da un lavado de cara a la americana más reciente”. Lo que yo te diga.

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