Histórico. Con un sentido del humor cada vez más incipiente y de la mano de Paco Loco, el bigote por excelencia del indie nacional está alcanzando una altura, desde la que no parecer avistarse ningún tipo de límite a su constante progresión. Con éste, ya ha conseguido lo que nadie había hecho por estos lares. Llevar tres años consecutivos sacando obras maestras. Lo tenía complicadísimo, porque igualar “This is the begining of A Beautiful Friendship”, mi disco nacional favorito del año pasado, se antojaba harto difícil. No solo lo ha igualado si no que, incluso, lo ha superado. Esta hazaña solo ha podido ser posible gracias una continuación del estado de gracia compositivo en el que lleva instalado desde el marvilloso "Fin" (2009), pero abriendo el abanico de influencias hasta límites insospechados. Porque lo que suena al darle al play es un festín de categoría: El espíritu de la costa oeste, con coros a lo Beach Boys “Vaporcito”; Disco setentero “Caníbal Dinner”; Batucada brasileña -“Flying cirkus”-; Bossanova aderezada con ritmos Caribeños -“Turkey Moon”- ; psicodelia líquida “ Princes Naseem Hamed” o pop festivo “God is Gay”. Todo un paso de gigante que queda más que ratificado en tres cimas del pop, ya sea nacional o internacional, y acaban por insuflar aires de clásico instantáneo a este regalo del cielo. Las podemos encontrar en la segunda parte del disco, cuando de repente te topas con la intensidad a borbotones que chorrea “Le Petit Martien”, todo una exhibición de sonido orgánico y pasión, con ese ambiente de salón del viejo oeste, orquestada por una banda que, nunca sonó tan bien y llega a recordar, en ésta, a los Bad Sedes de los momentos más arrebatados del “Let Love In” de Nick Cave (1994). PalabrasMayores. Luego viene la muralla de sonido Spectoriana de “Endlessly”, que te hace rascar, literalmente, la barriga a los ángeles. Un poquito más adelante, justo después de los tranquilos mares veraniegos de “Bar Bacharach”, está la guinda final, “Trees Gone Emotion”, un continuo crescendo orquestado por unos teclados que nacen del corazón berlinés del “Low” de Bowie (1977) y se van expandiendo en la dirección marcada, por unas percusiones pasadas de speed, hacia donde solo llegan los más atrevidos, la verdadera eternidad. Sobra decir que, estamos ante el disco nacional del año y solo una obra de arte, de la magnitud de la “La Leyenda del Espacio” de Los Planetas o,“Un Soplo En El Corazón” de Family, podría quitarle el trono a este genio del surrealismo de meseta que se dedica a alegrarnos la existencia, año tras año, con obras que gracias a este frenético ritmo de publicación, lo han alejando del resto del pelotón y acercado a los intocables - J, Alfaro, Luque o Vegas- erigiéndose como la quinta cara en un "monte Rushmore" imaginario del indie nacional. Chapeau.
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