Hay veces que ya se advierte en el ambiente un sentimiento mutuo de que algo grande va a pasar. Ni que decir tiene que esta era una de esas raras ocasiones de comunión ante lo que nos depararon Alan Sparhawk y compañía. Ataviados completamente negro, no fue la suya una actuación de oscuridad, precisamente. Arrancando un concierto al compás de “Monkey” uno ya queda noqueado desde el principio, en una sucesión continua de momentos inolvidables – “Sunflower”, “California”, “Murderer”, “In the Drugs”- de la discografía más coherente, solvente, regular y emocionante de los últimos veinte años. Centrando el comienzo de esta celebración en sus discos más directos, “The Great Destroyer (2005) y el más reciente “C’mon” (2011), no había escapatoria posible en una actuación soberbia marcada por las sobrecogedoras voces del matrimonio más famoso del indie actual – ahora que Thurston Moore y Kim Gordon se han separado el puesto es, irremisiblemente, suyo- y que llegaron a momentos de hipnosis colectiva cuando Mimi – “Specially me”- cantaba en solitario. Un control total sobre los tempos del concierto, alternando los momentos más templados – “Nightingale”, “Silver Rider”- donde se abre, en toda su grandeza, todo el caudal emotivo del trío de Duluth con arrebatos de electricidad nerviosa – “Canada”, “Witches”- que provocó una montaña rusa de subidones continuos en poco más de hora media, culminada con dos bises de excepción, pertenecientes a su último trabajo, con las que pusieron un broche de platino cuando, sobre todo, desencadenaron La tempestad in crescendo de la descomunal “Nothing (but) heart”. Cabe destacar el influjo positivo que ha tenido la aventura rockera al frente de Retribution Gospel Choir en el sonido de la banda madre de un Alan Sparhawk que, cada día se parece más al Neil Young eléctrico .Esa manera de cocer los solos de guitarra en fuego al rojo vivo lo está acercando a pasos agigantados al canadiense más grande de la historia.
Antes de esta actuación para el recuerdo, el duo de folk otoñal y triste Rauelsson amenizarían la velada con una actuación correcta con algunos momentos geniales, provenientes del violín de ese niño prodigio llamado Peter Broderick.
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